Y sucedió que Tuchelle, vestida con su chamarra de lentejuelas holográficas y un cigarro de clavo medio encendido (con filtro de unicornio y nicotina de traumas infantiles), salió al mundo con el ego recién planchado y las rodillas blandas de tanta lucidez.

Ese día, el viento hablaba en código Morse y el sol tenía la cara de Kant mezclado con Bad Bunny. Todo era sospechoso.

Tuchelle bajaba unas escaleras imposibles, construidas por un arquitecto que claramente odiaba a los humanos. Llevaba en la mano un frapuccino de ansiedad líquida y en el pecho un monólogo de Sartre que se repetía como hipo maldito.

Entonces lo vio:
El Barandal.

Barandal oxidado, burlesco, medio colgado de su propia inutilidad. Y Tuchelle, con su dignidad de filósofa transgénica, pensó:

“Lo domino.
Lo cruzo.
Soy el vértigo en forma de mujer.
Dios no me sostiene: me administro sola.”

Pero Dios, ese dios que Tuchelle niega a diario con la boca pero invoca con las rodillas cuando cae el WiFi, se carcajeó fuerte y claro.

Y entonces, patatús.
Tacón torcido.
Cadera desobediente.
Física newtoniana en modo "bitch".

Tuchelle voló.
No metafóricamente.
Literal.
Como pollo recién descongelado lanzado desde la azotea de un Oxxo.
Y se fue de hocico.

Cara contra cemento.
Una estrella fugaz de glitter y decepción.
El universo entero la miró.
El universo entero grabó.

TikTok, Instagram, un NFT de su caída.
El New York Times tituló:
“Caída Filosófica Estremece al Pensamiento Occidental”

Y ahí, tirada, con la nariz torcida y el alma hecha gárgaras, Tuchelle se rió.
Pero no cualquier risa.
Una risa que sabía a derrota deliciosa, a fracaso gourmet.

Dijo:

—Ahora sí entiendo a Heidegger.
—La caída es condición de existencia.
—Y este hocico sangrante es la firma de mi autenticidad.

Un vagabundo que la vio todo le ofreció una servilleta y dijo:

—¿Eso fue performance o neta te rompiste tu madre?

Tuchelle lo miró con un ojo medio cerrado y contestó:

—Ambas cosas, rey. En este mundo ya nada se distingue.

Y así fue el día que Tuchelle se fue de hocico.
Y aprendió más de la física del pavimento que de todos los libros de epistemología que había robado de bibliotecas francesas.