De la Revelación de las Amigas que Nunca Te Dicen la Verdad, y del día que la hipocresía fue expulsada a chanclazos místicos por Tina Rococó.

“No hay traición más cruel que una amiga que te aplaude mientras te despeñas vestida de arcoíris y estupidez.”
—Tuchelle, justo antes de lanzar su verdad como meteorito bendito


Y sucedió en la asamblea anual de las que se creen sinceras, una reunión sospechosamente decorada con frases de Pinterest y vinos baratos bautizados como “orgánicos”. Allí se encontraban ellas: las amigas que nunca te dicen la verdad, las sacerdotisas del “ay amiga, si tú eres feliz, yo también,” aunque claramente tú estabas a dos pasos del abismo con sandalias rotas.

Tina Rococó asistió a la reunión con su séquito de abuelitas disidentes, y al notar el hedor a hipocresía envuelta en correctismo, invocó a Tuchelle por telepatía militante.

Apareció de inmediato, Tuchelle con su látigo de opiniones inconvenientes y con un peinado que desafiaba las leyes de la gravedad, peinado de tres pisos.

La primera en ser interpelada fue Sandra, una mujer que llevaba cinco años diciéndole a su amiga Carolina: “¡Te queda divino ese corte de honguito con fleco desparejo!”
cuando en realidad, Carolina parecía un personaje censurado de los Teletubbies.

“Sandra,” dijo Tina con voz de juicio final, “¿por qué no le dijiste que parecía víctima de un estilista borracho con vendetta estética?”

“Porque no quería hacerla sentir mal…”

Tuchelle le arrojó un diccionario en la frente: “No mentir para proteger. Mentiste para evitar incomodarte. No fuiste buena amiga. Fuiste espectadora pasiva del crimen capilar.”

Luego le tocó el turno a Paola, quien durante años le dijo a su mejor amiga:
“Ese hombre te ama a su manera”, mientras el sujeto en cuestión la ignoraba, la traicionaba y usaba sus lágrimas como ambientador.

Tuchelle no se contuvo:

“Paola, tú no eras amiga.
Tú eras una curadora de delirios.
Tu lealtad no era con ella,
era con su incapacidad para aceptar el abandono.”

Una a una, las “amigas” fueron reveladas, despojadas de sus emojis solidarios,
de sus likes pasivo-agresivos, de sus abrazos que sabían a anestesia.

Tina, desde el trono improvisado hecho de libros no leídos y cosméticos vencidos,
alzó la Chancla Suprema, objeto sagrado de las abuelas justicieras, y la lanzó al aire con fuerza mística.

La chancla voló, giró, brilló como profecía, y se clavó en la pared con tal potencia
que se descascaró el maquillaje emocional de todas las presentes.

Tuchelle finalizó el ritual con un suspiro de lava y dijo:

“Que se excomulguen las amigas que no confrontan, y se santifiquen las que se atreven a decir: ‘amiga, ese hombre no te quiere y esa blusa te hace parecer marrana en engorda.’”

Desde entonces, en todo aquel rincón donde una mujer se atreve a decir la verdad incómoda con amor real, se siente una brisa, una carcajada, y el eco glorioso de Tuchelle, gritando:

“¡No hay amistad sin conflicto!
¡No hay amor sin espejo!
Y si me quieres de verdad… no me dejes hacer el ridículo.”