"Bienaventurados los que comen en mesas bajas, porque de ellos será el reino de las proporciones.”
Y ocurrió en los días de luna menguante, cuando los grillos estaban ebrios y el cielo olía a cera vieja, que Tuchelle, profeta de las causas absurdas, descendió al circo ambulante de San Timoteo del Desvarío.
Allí encontró a un hombrecito formidable, de nombre Mike El Grande, enano de estatura pero emperador de alma, quien comía con dignidad sobre una mesita de pino lacado, que para el resto del mundo era simple mobiliario pero para él, un comedor barroco de seis sillas imaginarias y candelabros hechos con tapas de Sprite.
Esa mesa, decía Mike, la heredó de una amante gitana que le leía el futuro en el ombligo.
Sobre esa mesa había comido atunes, lágrimas y un poema entero de Pessoa.
Era su altar y su venganza contra la altura del capitalismo.
Pero he aquí que un día llegó un influencer, llamado Luz Clara La Minimalista,
quien, al ver la mesita, exclamó:
—“¡Qué estética! ¡Qué vibra vintage! Me la llevo para mi podcast.”
Y sin pedir permiso ni perdón, la subió a su SUV blanca como la traición de Judas y se la llevó entre hashtags y filtros.
Mike lloró lágrimas de espresso y rabia.
Entonces entró Tuchelle.
Vestida con un abrigo hecho de recibos no pagados, y un tocado de crayolas rotas. La vieron venir entre tambores y flatulencias del león asmático.
Se acercó a Mike, le dio una bendición que consistía en escupirle glitter en la frente,
y declaró:
—“¡Nadie se mete con los sagrados comedores de los marginados!”
Esa noche, Tuchelle montó un juicio popular.
Convocó a todos los animales del circo, a las sombras y a un abogado desempleado.
La influencer fue llevado al centro del ruedo, atado con extensiones de pelo humano y rodeado de cucarachas alfabetizadas.
El veredicto fue unánime: culpable de estetizar la pobreza sin pagar peaje emocional.
Como castigo, Luz Clara la Minimalista fue condenado a comer por un año en una mesa de gigante, tan alta que necesitaba un andamio emocional para alcanzar el plato.
Mike recuperó su mesita, pero la declaró "objeto sagrado no tocable sin consentimiento verbal, físico y espiritual."
Y Tuchelle escribió con vino tinto en las paredes del circo:
“Que se respete la escala de los sueños.
Lo que para ti es adorno, para otro es altar.
Lo que para ti es basura, para Mike es la historia de su estómago y su dignidad.”
Desde entonces, en los circos iluminados por locura y ternura, cada quien come a la altura de sus recuerdos. Y Tuchelle sigue viajando, bendiciendo mesas bajas, defendiendo lo ridículo, y vomitando justicia con brillantina y furor divino.